En el octavo día de encierro amanecí con ganas de amargarme hasta el punto que olvidé poner azúcar en el café. Hubo tiempo para los pensamientos derrotistas, la desesperación, la incertidumbre, el nerviosismo y la tristeza. Así, todo junto, como un coro de emociones desagradables que cantaban en un desafinante coro. Duró como media hora, pero a mí se me hizo muy larga.
En los tiempos del “japi flower” como yo le digo a veces, se mira mal a la gente que se queja y parece que no está permitido cualquier pensamiento o emoción a los que hemos decidido catalogar como “negativos”. Pero esos pensamientos y esas emociones son tan reales como la alegría, la calma o la esperanza.
Es normal que a veces la duda nos pegue un bocado en el alma. Estaríamos locos si no estuviéramos asustados de cuando en cuando. Es tan humano asustarse como reírse y es tan digno lo uno como lo otro.
Y desde ese conocimiento permito a mi mente divagar y a mi cuerpo expresarse en las emociones que haya elegido, me contemplo y me perdono (si es que hay algo que perdonar) por dejarme caer un ratito de vez en cuando. Y luego, afortunadamente, tengo la opción de elegir en qué realidad prefiero detenerme. No tenemos que inventar realidades paralelas: la realidad está ahí, rica y diversa y tengo la capacidad de elegir:
- Entre la angustiosa incertidumbre de lo que está por venir, o la esperanza de ver como hay gente volcada en hacer de esta situación un lugar para demostrar el inmenso valor del ser humano
- Entre la tristeza que siento al no poder abrazar a quien amo o la alegría de poder abrazarle “cósmicamente” (como digo de broma) en la distancia porque tengo medios para hacerlo.
- Lamentarme porque no queda flan o alegrarme porque tengo huevos, harina y azúcar…
Una vez que me asalta una emoción desagradable, o un pensamiento incómodo tengo todo el derecho a escucharme y a sentirme y a elegir si me lo quedo para todo el día o si lo cambio por otro igual de digno, igual de justo, igual de humano.
¿Será por tiempo? Hay tiempo para todo: para filosofar y para alegrarse. En estos días extraños “filosofía y alegría” (un lema como otro cualquiera)