Resulta tentador permanecer en pijama hasta el medio día… o por el resto del día, o hasta el día siguiente. Es una afirmación que he escuchado de mis alumnos de distintas edades y condiciones. Octavo día de cuarentena y hay quien ni se lavó el pelo desde el viernes. No, no y no. Porque no estamos enfermos y no estamos en un domingo que se repite como el día de la marmota. Estamos en una situación diferente.
Desde mi ventana llevo un par de días viendo a un padre jugar con sus hijos en la terraza. Parece que han establecido un horario de juegos y rutinas: suelen jugar con cuerdas por la mañana y a la pelota por la tarde. Van vestidos como para salir a la calle y han dibujado una sonrisa enorme en el suelo. Los niños tienen una asombrosa capacidad de adaptación y posiblemente pueden enseñarnos en estos días grandes lecciones:
-Esa facilidad de reír tan a menudo, con tanta estridencia y por tan poca cosa.
-Esa energía vital y su contagioso entusiasmo.
-Esa manía suya de hacer preguntas y su insistencia en buscar respuestas.
-Su gran sentido del humor….
Independientemente de con quien convivamos: niños, padres, perros, pareja, en solitario… es crucial quitarse el pijama y asumir que no hay escusas para llevarlo puesto después del desayuno. No estamos enfermos. Estamos viviendo una realidad diferente a la habitual y que va a ser nuestra realidad habitual durante un tiempo (aún no definido).
Nuestra imagen del espejo debe devolvernos vitalidad y alegría, confianza y bienestar. Mejor colores alegres que oscuros y parduscos, que la primavera está asomando y nuestra imagen también debe notarla.
Y especialmente si hay niños en casa y pretendemos transmitirles calma y normalidad, una imagen descuidada y sucia no ayudará en nada.
El domingo me vestiré de domingo, aunque nadie me vea. Luciré mis mejores galas, de las que uso para celebrar con los amigos. Puede incluso que no espere al domingo para hacerlo, porque no hay mal día para celebrar la vida.
Inmaculada Delgado